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exoticismos en la noche

exoticismos en la noche Me gusta un restaurante de autoservicio vegetariano monográfico a base de falafel. Es uno de aquellos lugares en el que pagando un tanto fijo puedes llenar tu dispositivo almacenador -plato por ejemplo- de los alimentos expuestos tanto como quieras. Hay en este caso una particularidad: no hay plato. No nos referimos aquí a que una tenga que pasar por la línea del self e intentar por todos los medios llenar bolsillos, manos y boca antes de que la salida llegue al final del trayecto; hablamos de pan, y más concretamente, pan de pita: es aquí una bolsita de masa de harina cocida al horno que se llena de alimentos el dispositivo almacenador de turno. Este pan viene acompañado en su interior, por defecto y si lo pagas, de tres o quatro croquetas de falafel con un poco de lechuga. Una puede comérselo así, claro, pero la gracia está en rellenarlo de las decenas de ingredientes a disposición, y cuantos más, mejor; pero claro, el espacio que el pan pone a disposición es reducido y siempre hay algo que no cabe: la sensación de incompletud es recurrente. Ése es el gancho: perfeccionar tu bocado -unico- a lo largo del tiempo, combinar los elementos para conseguir tu receta exoticista ideal. Claro, hasta que te canses de las cremas de eneldo con ajo, del cilantro o del cuscús con menta. O hasta que alguien que estuvo en el restaurante te acuse de haberle robado el contenido de su bolso el dia anterior.

Ultimamente han añadido en la carta las patatas flamencas. Intentamos averiguar qué de flamenco tenian esas patatas, pero lo único que pudimos sonsacar de particular es que cuando hacías tu pedido, el mozo -argentino y simpaticón- se disponía a re-freir la medida de una ración para ti. Claro: "patatas flamencas" -pensamos- evidentemente buscamos lo exótico a fuera cuando en las Cataluñas somos la mar de así, no se refería a flamencas holandesas ni al folclore andaluz, sino al uso de la llama (la flama en catalán), flambeadas, dos veces para ser exactos. Dos veces bailoteadas, taconeando dentro de las piscinas de aceites hirviendo. Intentaba saborear una de estas en la calle, delante del restaurante, mientras esperaba que mi compañera saliera del baño; cuando unos ojos con pamela de entre el gentío me miraron. Respondí en la mirada: miré. Retiré. Siguiente jugada: vuelven a aparecer sus ojos, inquietantes. Me como una flamenca: quema aún. Vuelvo a responder: miro. Ahora anda con disimulo y dudando. Se para. Su mirada vuelve a sobrevolarme. Miro. Luego, no se porqué, me olvido.

Una de las dificultades a la hora de entrar en el rollo pita es la incomodidad si se pretende comer eso como un bocadillo, o sea, a mordiscos. Eso se convierte en un globo lleno de salsa que, al intentar hincar el diente, da la sensación de que vaya a explotar y a esparcer al mundo y a una misma con aromas lejanos. Precisamente unos aromas lejanos fueron los que se nos vinieron encima cuando esa mujer nos ametralló bajo una frase-ráfaga larguisima en inglés norteamericano, de mirada inquietante y dudosa. Por un momento pensamos que era una patata flamenca que se había tostado demasiado en el aceite, pero su acento nos sacó de dudas. La señora de la pamela inquietante preguntaba con insistencia si habíamos estado la noche anterior cenando en el reino del falafel; más que preguntar, de tanta insistencia, desaparecía el interrogante de su melodia y, directamente, afirmaba. Acorraladitas. Algo pasaba. Quizá era alguna crítica gastronómica resentida por las patatas, pero nosotras no somos quien las cocinamos.

Algo que ayuda a comer este plato (perdón, no plato sino pan) con agradecida comodidad es un simple y llano tenedor que permite ir picando ahora el pepinillo agridulce, la ensalada ensalsada, después los garbanzos o el brócoli (éste no he logrado saber como está cocinado) con una mano mientras sobre la otra reposa el plato, perdón, pan. El paisaje gustativo con el que nos vamos topando con el tenedor desde el inicio hasta el final es múltiple, va variando y sin repeticiones, no hay vuelta hacia los colores y texturas de la combinación de elementos del bocado inmediatamente anterior debido a la distribución vertical de los alimentos combinados en estratos particulares y arbitrariamente diferenciados. El fenómeno de la erosión alimentaria. Disposición y fenómeno que contrastan con la configuración del bocadillo peninsular a lo largo del cual los alimentos se distribuyen repartidos de una forma homogeneizada: todo está en todas partes.
Algo parecido al punto de no retorno que describe la erosión alimentaria es lo que puso encima de la mesa, o en el aire, la señora pamela: "I know you were in the restaurant yesterday night" y "You know who you are...". La segunda frase es la que empieza a mostrar lo aún no mostrado y es la que mas jiña, es la avanzadilla (cual explorador de Risk) del nudo argumental; como el momento justo antes del clímax, ahogado por la publicidad; aunque aquí solo había aire y tiempo entre frase y oración, y tensión inter-pelativa/pretativa.

La explosión inminente de la pita-falafel era un fenómeno recurrente hace algún tiempo por las calles contiguas. Eran usuales los avisos en forma de gritos de "pita-bloom!" justo en el momento que alguien apreciaba que otra iba a clavar con fuerza los incisivos sobre la superfície tíbia del pan. Llegados al punto de no retorno en el que la presión sentida dentro del globo de pan era demasiado fuerte como para que las concienzudas paredes de harina pudieran soportar tal estado, enormes líquidas lenguas de salsa amarillenta con olor a ajo y comino fluían de las ranuras despedidas radial y concéntricamente respecto al orígen, el capullo: la bolsa de pan. El paisaje semejaba un bello apocalipsis en el que instantánias consecutivas de flores amarillas dispersas por las calles definían esa gastronómica y accidental primavera. Lo exótico, una vez más aquí.

debe continuar...

CZL

2 comentarios

voices from lab -

The time to write has (re)come...

The new era to produce...

Come with us to the party!

jessica -

you know who you are...